El Acero y las obras subterráneas.
Fermín Sánchez, ingeniero civil.
Desde tiempos muy remotos, los seres humanos han aprovechado los espacios subterráneos para su beneficio y con múltiples fines: las primeras tribus nómadas empleaban las cavidades naturales para resguardo y protección, almacenamiento, rituales, hábitat, etcétera. Con la aparición de las primeras civilizaciones, los humanos pasaron de simplemente ocupar cuevas a abrirse paso a través del subsuelo, empleando las primeras técnicas y herramientas de excavación. Los primeros espacios subterráneos a los que puede considerarse túneles fueron construidos como vías de comunicación, complejos estratégicos para la defensa, conducciones y almacenamientos de agua, accesos a cámaras mortuorias, así como para extraer recursos minerales; desde entonces, los excavadores de túneles se han valido de todo tipo de elementos estructurales rígidos para soportar el terreno en caso de que este no se mantuviera estable o simplemente no diera la sensación de seguridad.
Posiblemente los elementos de soporte más antiguos fueron, primero, los troncos y posteriormente las piedras, empleadas a modo de mampostería. La minería primigenia mantuvo durante milenios prácticamente las mismas técnicas de excavación y soporte. Una de las primeras técnicas de excavación en macizos rocosos de las que se tiene conocimiento consistía en perforar varios agujeros en el frente, para después introducir trozos de madera y humedecerlos, de manera que se expandieran y rompieran la roca; posteriormente se cincelaba. Dos personas llevaban a cabo la operación: una sosteniendo el cincel y la otra golpeándolo con un martillo.
La técnica de extracción del mineral en el antiguo Egipto era más sofisticada que la simple fuerza bruta: consistía en cavar agujeros alrededor de los bloques que se pretendía extraer y en ellos se introducían cuñas que servían de palanca. También adoptaron la técnica de excavación mediante fuego (Figura 6), que fue desarrollada en la Edad de Bronce y continuó como el método más utilizado hasta finales del siglo XIX, casi trescientos años después de que se comenzaran a usar explosivos en minería. Plinio describió este método con detalle: ocasionalmente se excavaba un tipo de sílex al que se le tenía que aplicar fuego en el frente y después arrojarle vinagre para enfriarlo y fracturar la roca; por otra parte, como resultado de esta operación, los túneles se veían invadidos por humos sofocantes y polvo.
Durante la Edad Media, los grandes avances en minería se experimentaron especialmente en un cinturón que se extiende desde el sur de Alemania, a través de Austria y la República Checa, hasta Hungría, donde la industria del metal tuvo un gran auge. El amplio conocimiento que se tiene en la actualidad sobre la minería medieval se debe a los escritos de Georg Bauer, nacido en Sajonia hacia 1494. Bajo el seudónimo de Georgius Agricola, Bauer escribió seis grandes tomos sobre geología, mineralogía y minería. Su libro De re metallica, publicado post mórtem en 1554, trata sobre tecnología minera y fundición de metales. En los textos de Agricola aún no se habla de una industria minera eficiente, competente y bien organizada; no obstante, muchos detalles sobre la tecnología de su tiempo se representan en esa publicación por medio de bellos grabados.